viernes, 8 de julio de 2016

"El Tiempo"

Aquel vagido , inicio de la vida fue el despertar de Manuel a las cosas inanimadas, tomando cuerpo en la transmutación de la piel y del espiritu, en que el tiempo, inexorablemente, produce cambios irreversibles sin que él mismo, en este caso Manuel, casi lo adviertiera, y en un determinado momento, como ahora, pasado y presente se amalgamaban en figuras inamovibles, sin alternativa de futuro, apareciendo de improviso, como un sueño vívido, la presencia de su madre que, sumamente arrobada, observaba sus pequeñas manos sosteniendo el arco sobres las cuerdas del violonchello tocando a Brhams en "Canción de cuna"  y,  a su lado, la figura lombarda de su padre, ojos fulmíneos, despertando a su ego: -"Puede llegar a ser un Toscanini".
Despúes...la adolescencia, envolvente de olores agridulces, borboteando en el río de sus venas. Más juventud y madurez en los apacibles brazos de Adelina que le diera la trascendencia en los hijos presentidos.
Y el devenir de los años con la música adosada al alma, universo de ensoñaciones ligados profundamente al violonchello, instrumento de trabajo que le permitiera vivir holgadamente con los músicos que fueron inmortalizados por la historia . Desde Beethoven a Albinoni, y de ese inconcluso "Intermezzo",  no terminado de escribir porque su corazón se plegaba en remembranzas en cada nota a incorporar; secreto inviolable hacia aquella mujer que llegó a amar hasta el desasociego; gloria del bel canto, que compartiera con él muchos escenarios del mundo, no llegando a hacer pública esa pasión de vasos comunicantes, por no quebrantar en ambos, la indisoluble institución de la sociedad conyugal.
Empero, ahora, a través del tocadisco a pila que le regalara una antigua admiradora para que escuchase viejas arias de figuras de su época, como Amelita Galli-Curci, Benjamino Gigli, y de su amada inmortal, revivida siempre en "Casta Diva" de Bellini, se propuso terminar la partitura en ese cuarto asoleado de un domingo más. Si bien los discos eran de pasta, guardados celosamente como un tesoro invalorable de reponer, aunque muchos se desternillaran de risa por su girar ondulante, y de esa púa obstinada, atascada en surcos profundos, sacados por sus manos sarmentosas cuando se repetia la voz como una endecha herida del tiempo, que lancinaba de pronto su sensibilad al hacerle comprender al fin, de la breve y fugaz estatura del hombre.
En tanto escribía las notas en el pentagrama, sin dejar de mirar de hito en hito, a través de los ventanales, el camino de lajas que se bifurcaba en redondeles de sombras sobre los canteros de flores que conducía hasta el portón gris del geriátrico llamado "El Descanso". 

Carlos Castagnini





               

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